jueves, 26 de enero de 2012

La Princesa en la Caja Dorada



Por Typhonblue

Había una vez un reino gobernado por un rey sabio y benevolente. El rey tenía dos hijos, y una hija, pequeña como una perla quien era tan delicada que su padre temía que la brisa más débil podría triturarla.

Ya que ella era tan delicada y tan preciosa, él le construyó una caja dorada para que ella viva. La caja era tan alta como ella y tenía cuatro ventanas en cada uno de sus cuatros lados; cada pulgada de esta caja tenía joyas incrustadas y brillaba mucho a la luz de la fogata. Cuatro sirvientes iban todos los días a las habitaciones de la princesa para pulir la caja hasta que quede reluciente, servir las necesidades de la princesa y mover la caja a cualquier lugar que la princesa desee estar dentro del palacio.

Una noche unos asesinos se metieron al castillo, mataron a la Reina y a su hijo más pequeño en silencio absoluto, pero cuando llegaron a donde el hijo mayor él se despertó y peleó. El sonido de la batalla despertó al Rey de su sueño y saltó a proteger a su hijo. En la pelea que resultó, el hijo mayor fue asesinado y el Rey fue herido gravemente.

La princesa, en su caja, no fue notada y nadie la lastimó.

Cuando se enterró a la Reina y a los príncipes, y el Rey se recuperó lo suficiente como para tener una audiencia, llevaron a la princesa en la caja a la cámara de las audiencias de su padre. A dentro de su caja, la princesa estaba aterrorizada con la palidez de su padre.

“Mi princesa, el futuro del reino descansa en tus hombros.” La voz del rey se sacudía con el esfuerzo por hablar. “Tú debes seleccionar a un nuevo Rey o sino nuestro reino caerá en el caos. He llamado a todos los pretendientes y tres Príncipes han respondido mi llamado.”

El primer Príncipe, muy buenmozo llegó vestido de seda, desbordaba la riqueza de un imperio que se había construido con el comercio y la especulación. El segundo Principe, imponente en su armadura y su abrigo bordado con dragones, hablaba de la fuerza de su ejército personal y como había triturado a todo aquel que se le había puesto en el camino.

La Princesa escuchó educadamente a cada pretendiente y esperó a que el tercero hable.

Él no habló. En cambio, con el permiso de su padre, la levantó a ella y a su caja y la cargó, sin decir una palabra a un lugar en el jardín del palacio. Ahí se sentaron y le dijo sobre todas las cosas que había visto en el mundo. Él le describió con asombro y calidez y amabilidad y en una forma que le hizo sentir como si ella había estado siempre con él a su lado. Después de horas de conversación él terminó su cuento con ‘desearía que tú hubieses estado ahí conmigo.’

La noche en la que se casaron, el Rey murió. En su lecho de muerte, el Rey hizo que el Príncipe recientemente coronado prometa que él haría todo lo que su hija le pidiese.

El Príncipe aceptó.

Después de que el Rey fuese enterrado, ellos guardaron luto por un año y durante ese tiempo el Príncipe y la Princesa establecieron un ritual. Cada noche, después de que los asuntos de estado fuesen resueltos y cada deber haya sido atendido, el Príncipe cargaba a la Princesa al jardín y hablaban sobre todo lo que él había hecho durante el día. Y terminaba sus historias con ‘desearía que tú hubieses estado ahí conmigo.’

Una noche, la Princesa estaba inspirada. “Mi Príncipe. ¡Yo puedo estar contigo si tú abres mi caja!”

El Príncipe, recordando su promesa al Rey, sonrió y dijo, “Por supuesto que lo haré.” Él sacó su espada y cortó las ataduras de la caja y la sacó de esta.

La Princesa aplaudió y rió, entonces, tímidamente, miró por encima de la caja. Después de un momento ella se paró y caminó alegremente alrededor de su caja. “¡El mundo es tan hermoso, y ancho y vasto y nada me detiene de él!”

El Príncipe esperó con anticipación a que la princesa trepe su caja y se le una en las aventura que él había imaginado para ellos dos, las aventuras ahora pueden ser hechas realidad.

Brillando con triunfo, la Princesa le dijo al Príncipe.

“Mi Príncipe, yo deseo sentarme en la sombre del Sauce y contemplar todas las maravillas que veo afuera de mi caja. Carga mi caja al otro lado del jardín.”

La Princesa creía que ahora que ella no estaba restringida a su caja, ella podría tener la capacidad de hacer todas las cosas que otros hacían a su alrededor. Y por lo tanto demandaba que el Príncipe la levante y la cargue a ella y a su caja de forma de emular la sensación de correr, hacer volteretas y saltar sobre charcos.

Estas demandas constantes agotaban al Príncipe, quien empezó a odiar el sonido de la voz de la princesa y ahora esperaría unos momentos, unos segundos antes de responder a su llamado. La Princesa notó que él ya no corría a su lado con una sonrisa sino que estaba apesadumbrado al estar a su lado.

Sus demandas se hicieron más frecuentes, más difíciles y más elaboradas. Y el agotamiento del Príncipe crecía, su cuerpo se lesionaba por sus intentos de cumplir los deseos de ella, su cara se hacía dura, perdiendo la calidez y la amabilidad que la Princesa alguna vez amo tanto.

En algún momento ella empezó a odiarlo. Odiarlo porque sin importar que tanto se esforzase él, no podría darle lo que ella quería y lo odiaba porque a pesar de sus fallas, el miedo de perderlo era tan grande. ¿Dónde estaría ella sin él para que la levante?

Un día el Príncipe y la Princesa estaban sentados al lado de un río. El Príncipe, estaba tan cansado y lesionado que respirar era una agonía, había puesto a la princesa sobre un césped mirando a la gran corriente del río. Mientras él descansaba, la Princesa miraba a varios jóvenes fuertes nadando en contra de la corriente. Después de un momento ella los señaló y le dijo al Príncipe:

“Mi Príncipe, yo deseo nadar como ellos.”
Por un momento el Príncipe la miró, sin comprender. Entonces encontró su voz. “Mi Princesa, la corriente es muy fuerte y no tengo fuerzas en este momento. Incluso con salud perfecta, sería muy difícil nada para mí.”

La Princesa estaba sorprendida con su negación. Ella lo miró, herida, hasta que ella encontró su voz y dijo lo que ella había sentido desde hace muchas semanas. “Tú nunca deseaste estar conmigo. Todo fue una mentira.”

Herido por sus palabras, el Príncipe no dijo nada. El simplemente se sentó, derrotado.

¿Fue amor u odio lo que inspiró al Príncipe a levantar a la Princesa y meterla al río a nadar con él? El Príncipe peleo contra la corriente lo mejor que pudo, mientras se agarraba de la princesa; pero no llegaron ni a la mitad del camino cuando el agotamiento lo venció.

El Príncipe se ahogó y la Princesa fue llevada por la corriente. Nadie los volvió a ver nunca más.

3 comentarios:

  1. Hola Daniel, gracias por este blog. Desde hace varios meses lo vengo siguiendo, siempre con la esperanza de que este mensaje se extienda.

    Tu trabajo, junto con quienes te colaboran traduciendo artículos y subtitulando videos fueron importantes para decidirme a comenzar a traducir The Misandry Bubble (La Burbuja de la Misandría) y a hacer una crítica desde la academia al movimiento feminista (misandrista) que es muy fuerte en mi Universidad y, partiendo de ahí, que se está tomando el país.

    Sigue así.

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  2. The Misandry Bubble.

    Voy a buscar este artículo y empezar a traducirlo de inmediato.

    Gracias por tus palabras transmillenium, realmente me has levantado el ánimo.

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  3. Ok Daniel,

    Me sorprende que me pidas permiso para incluir un link a mi blog en el tuyo cuando yo, en primer lugar, no te pedí permiso para incluírte en mi Blogroll. Igualmente me gustaría saber si yo podría enviarte el artículo por e-mail para que lo subas también en tu Blog, con las correcciones que creas pertinentes. Ya que, aunque lo traducí, estoy consciente de que no soy perfecto en ello y no sobra nunca mejorar.

    Como dice el autor del artículo original en inglés , el propósito es correr la voz lo más posible.

    ¿Qué opinas?

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