Por Johntheother
Recientemente me encontré en
una conversación con un individuo, a falta de otra etiqueta lo describiré como
un hombre trabajador de la escuela antigua. En su propia descripción, él es
alguien que llega a tiempo al trabajo todos los días, sin importar las
circunstancias. Un hombre en quien se puede confiar. Uno que no se toma días
libres, sin importar las circunstancias. Un hombre que no se queja sobre trabajar
o sobre condiciones duras, o del calor, o del frío, o de lesiones, o de dolor,
o de que no lo traten como humano, o de desesperación. Un hombre de verdad.
Tengo confianza en decir que
es así como él se describe. Un hombre que es fuerte, confiable, honorable y estoico
Y también se que él se siente orgulloso de esas cualidades, y se define en
parte por su utilidad ante otros. Mi propia caracterización, no la de él.
Él definitivamente es un
hombre de verdad. También se que en nuestra lucha por el reconocimiento de
hombres y niños como seres humanos, es este hombre y los hombres como él
quienes construyeron y mantienen el mundo en el que vivimos.
Y le dije que él es contra lo
que nosotros luchamos. Hombres quienes definen la masculinidad como ser bestias
de carga sacrificables. Le dije que es esa actitud exactamente le porqué las
mujeres, como las presentadoras de televisión y la audiencia de un programa
matutino se sienten justificadas al tratar la mutilación sexual como comedia.
Y a pesar de que mantengo que
esta autodefinición de identidad masculina por hombres dispuestos a trabajar
hasta morir, o a pararse entre una bala y un niño o una mujer en defensa con sacrificio
es lo que alimenta y mantiene la ética feminista de odio hacia los hombres y pasar
por alto su humanidad, al mismo tiempo tengo que reconocer la grandeza que
representan hombres como este. Y quién soy yo para decirle que no puede ser un
héroe.
El problema es que en la
economía del aprecio humano, en la cual los hombres son valorados por su
utilidad y devaluados como seres humanos, negados de consideración y usados en
sacrificio como medida de su valor masculino.
Hombres como este son grandes
hombres, pero su grandeza y su sacrificio elegido por ellos mismos se refleja
en nosotros y en otros hombres que son requeridos como sacrificio por una
cultura que trata la desechabilidad como si fuera valía.
¿El tipo que siempre se presenta
a trabajar, enfermo o saludable? Ese es él. El tipo que nunca ve a un doctor. El
tipo que en una conversación admite tener un problema de salud serio por años.
Y quien en sus próximos puntos de enunciación señala que con el pasar del
tiempo dejó de notarlos o se fueron.
Un hombre quien se ve a sí
mismo como un robot de madera, piel de corteza sobre un núcleo duro. Como un
árbol, solo por afuera, sólo la corteza está verdaderamente viva.
En sus propias palabras nacido
y criado para el sacrificio, por el bien común.
Esta es una persona real, un
hombre real y un ser humano válido. Y a mis oídos, estas palabras son las
palabras de un esclavo, atado a un mundo que demanda su vida en sacrificio,
pero un mundo que niega su humanidad excepto en el acto del sacrificio.
Sin hombres como este, nuestro
mundo caería. Pero sin hombres como este, dispuestos a servir como cuerpos
desechables de una cultura feminizada, no necesitaríamos retirar nuestro
sacrificio y nuestra protección.
La grandeza de hombres como
este es verdaderamente lo que levantó a la humanidad de una existencia de
sobrevivencia pre-civilizada a una existencia moderna, segura, bien alimentada
y protegida por el mundo moderno. Hombres y los cadáveres de los hombres como
al que yo llamo el hombre trabajador a la escuela antigua, son los que pavimentaron
el camino para la civilización. Y ahora, ya no nos sirve la continua voluntad
de los hombres por sacrificarse, por ser héroes. Es lo que nos permite y apoya
la creciente cultura de privilegios femeninos, auto indulgencia infantil, falta
de empatía humana y la cual retrasa la adultez de nuestra cultura. Héroes
grandiosos como son, a pesar de que se les debe mucho, ya deben de irse.
“Nosotros no montamos el ferrocarril, él nos monta a nosotros. ¿Alguna vez pensaste que son esos durmientes en el ferrocarril? Cada uno es un hombre… Los rieles van sobre ellos y están cubiertos de arena, y los carros corren suavemente sobre ellos. Ellos están profundamente dormidos, te lo aseguro. Y cada ciertos años se pone un lote nuevo y le corren por encima; de modo que si algunos tienen el placer de andar encima del riel, otros tienen la mala fortuna de que les corran por encima.”
~1854: Henry David Thoreau
http://www.avoiceformen.com/men/mens-issues/working-men-heroes-and-corpses/
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